48 horas en Chefchaouen

No es difícil imaginar por qué tantos turistas se sientes atraídos por Chefchaouen. Después de todo, la promesa de una ciudad pintada de azul, enclavada en una de las montañas más verdes de todo Marruecos, basta para recorrer los kilómetros que sean necesarios.

Por: Brenda Béjar / Fotografía Francisco Pérez


Día 1

POR LA MAÑANA

Como en toda buena ciudad marroquí, lo primero que debes hacer al llegar es perderte entre sus calles sin un rumbo definido. En este caso, olvídate del caos vivido en otras medinas —cof, cof, Fez— y prepárate, mejor, para subir y bajar escaleras en búsqueda de las puertas más bonitas, las macetas más pintorescas, los gatos más fotogénicos (no se requiere de mucho esfuerzo) y el pan de horno más apetecible. Y si de casualidad te encuentras con una tienda de jabones llamada La Botica de la Abuela Aladín —así, en español— no dudes en entrar, pues además de tener una fascinante decoración, es el paraíso para comprar jabones y esencias naturales.

A MEDIODÍA

Una vez satisfecha tu curiosidad, es hora de hacer lo mismo con tu barriga. Tienes dos opciones. La primera es para quienes llevan rato viajando por Marruecos y necesitan de un respiro en forma de comida occidental. En este caso, lo ideal es la Pizzeria Mandala, donde puedes encontrar deliciosas pastas con ingredientes locales, incluyendo mariscos. Pero si aún no cumples tu dosis de kefta, tajine y cous cous, visita la terraza del Restaurant Aladdin, donde la vista es inmejorable. Termina tu comida con un té a la menta y después aprovecha para caminar por la plaza y echarle un ojo a la Casbah, en cuyo museo puedes aprender un poco más sobre la historia de Chefchaouen.

POR LA NOCHE

No hay mejor lugar para ver el atardecer que la vieja Mezquita Española, así es que ponte unos buenos tenis y prepárate para subir un poco de montaña y encontrar el mejor sitio entre los turistas y los locales. Una vez puesto el sol, remata la tarde en Molinarte, un restaurante a orillas del río Ras el Maa — donde los niños se refrescan mientras las mujeres lavan la ropa— operado por Abdelali Laabissi, un talentoso escultor cuyo trabajo puedes apreciar ahí mismo: desde las mesas pintadas a mano, hasta las piezas que decoran el lugar, incluyendo los ceniceros, todo un tanto gaudiesco. Quizá sea un buen momento para probar la malteada de aguacate


Día 2

POR LA MAÑANA Y POR LA TARDE

Es muy probable que la llamada a la oración te haya despertado en plena madrugada, así es que estás en todo tu derecho de postergar la alarma cinco minutitos más, pero sólo cinco, porque te espera un largo día por delante. Para conseguir la energía suficiente, prueba el afamado desayuno local del Restaurant Morisco, que incluye queso de cabra, huevos y aceite de oliva. Una vez recobrada la energía, es hora de poner esas piernas en movimiento. Existen varios caminos para practicar senderismo por las montañas del Rif, pero no te puedes ir de ahí sin visitar la Gran Cascada de Akchour o el Puente de Dios, éste último es una impresionante formación rocosa que crea un arco natural de piedra (a menos que tengas más días, tendrás que elegir uno, pues son distintos rumbos). La ciudad de Akchour está a 30 km de Chefchaouen, por lo que es fácil llegar en taxi privado o colectivo. Si tienes experiencia, puedes realizar la ruta por tu cuenta. Si no, la mejor opción es contratar a un guía de montaña. Tu hotel seguro te puede ayudar con la logística. Lleva ropa adecuada y suficiente agua y comida.

POR LA NOCHE:

Después de un intenso día rodeado de naturaleza, despídete de la ciudad azul consintiéndote dentro de un hammam tradicional, un baño de vapor que sirve para limpiar tu cuerpo y relajarte. En el Lina Ryad & Spa, por ejemplo, te hacen un lavado de cuerpo completo con jabón de eucalipto negro y ghassoul, un tipo de arcilla que se usa con fines cosméticos y solamente se puede encontrar en Marruecos. Para el último adiós de tu —muy probablemente— nuevo lugar favorito del país, cena en alguno de los cafés al aire libre de la plaza Utael-Hammam.


 

Su nombre

Chefchaouen o Chauen, como es comúnmente llamado por los marroquíes, no está muy lejos de Fez —apenas unas cuantas horas de distancia— y es un destino popular por su arquitectura, cultura y ritmo relajado. Su nombre proviene de la palabra bereber “ichawen”, que significa “cuernos” y hace referencia a la silueta de la montaña que se encuentra detrás del pueblo.

Su azul deslavado

El pueblo se distingue por sus fotogénicas casas y edificios azul deslavado. Hay varias teorías del porqué de esto: que si mantiene alejados a los mosquitos; que si los judíos introdujeron el azul cuando se refugiaron aquí en la década de 1930; que si el azul simboliza el cielo y funciona como un recordatorio para llevar una vida espiritual. Ninguno se cuenta con mucha certeza.

 

 

 

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