Notas desde el safari por el delta de Okavango

Había escuchado de la compañía Great Plains, de lo diferente que hacían las cosas. Sabía que había una pareja de fotógrafos de National Geographic detrás de todo; que tenían una fundación para salvar al rinoceronte negro; que ya habían logrado reubicar a cien de ellos a santuarios libres de caza en Botswana. Sabía que en sus campamentos te prestaban una cámara profesional con un lente gigantesco. Había visto sus impresionantes tiendas de campaña, como las de los primeros exploradores en África: tina de cobre, licorera de cristal cortado, baúles de piel… pero nunca imaginé lo fascinante que sería mi experiencia en Duba Plains Camp. En breve, este viaje marcó un antes y después.

Por Ana Aragay

De camino a Okavango

Febrero de 2019 fue un mes de poca lluvia en las montañas de Angola y yo estaba un poco preocupada de que no escurriera suficiente agua al delta del Okavango para mi visita en mayo. Después de todo, Botswana lo prometía todo: sus paisajes inundados, el campamento y el cambio de escenario en general, eran el highlight del viaje.

El vuelo a Duba Plains Camp, desde Kasane, dura hora y media, lo cual fue una buena noticia porque sabía que era una ruta muy escénica. Subí como pude hasta mi asiento al frente de la pequeña avioneta y me preparé para el espectáculo.

Despegamos sobre un paisaje árido con toda una gama de tonos tierra. Pasó media hora, luego una hora, y el paisaje no cambiaba. Empezaba a convencerme que el delta estaría seco, que no podría hacer el safari acuático, cuando comenzaron a aparecer parchecitos verdes en el suelo. Los últimos diez minutos de vuelo fueron un espectáculo visual: todo parecía estar sobre un espejo de agua que reflejaba pedazos del cielo; podía ver la sombra de nuestra avioneta sobre la vegetación verde brillante, el río «serpiente» hacía sus curvas entre diminutas islas…

Ya casi aterrizando, hasta podía ver a los elefantes caminando lentamente en el agua. Las sensaciones que produce África son difíciles de poner en palabras. Sus paisajes únicos habitan curiosamente nuestra memoria, como si ya hubiéramos estado ahí antes. Junto a la pequeña pista de Duba Plains Camp estaba esperando el todo terreno que nos llevaría al campamento, ubicado a diez minutos.

Éste es oficialmente el primer safari en el Okavango. No hay cercas, de manera que los animales deambulan alrededor del campamento. De noche es más notorio: un elefante estuvo comiendo a un lado de mi tienda, los hipopótamos debajo. Se escuchaba hasta el rugido de los leones, aunque podían haber estado a kilómetros. Al poco tiempo mis sentidos despertaban con los nuevos ruidos del campo y me sentí viva; un poco vulnerable, pero viva.


El campamento de Great Plains

La tienda principal del campamento nos pareció grandiosa. Estaba revestida con tapetes orientales, salas de cuero y una biblioteca de madera oscura. Sobre la mesa encontré libros de fotografía, algunos de Dereck y Beverly Joubert, la famosa pareja de fotógrafos de National Geographic que ha dedicado su vida entera a documentar la belleza de África, y fundadores de Great Plains. Así es el sitio al que vas a relajarte antes o después de los drives, donde te sirven las comidas en una terraza a la sombra de los árboles y donde encuentras la cava repleta de deliciosos vinos locales.

Nuestra tienda de campaña compartía las mismas increíbles vistas del pastizal inundado y era igual de lujosa que la principal, pero con una elegante bañera de cobre, una ducha al aire libre y nuestra propia alberca. Nos llamó la atención una bici estacionaria en un deck al exterior, ideal para los que no descansan del ejercicio.

En la sala encontramos unos binoculares Swarovski 8×42 y una propia cámara profesional Canon 5D, con un lente 100-400 mm, para uso personal durante la estancia. La cámara fue un poco intimidante, pero siempre estuvo la posibilidad de pedir un curso rápido para aprender lo básico. Estábamos en una zona de pájaros hermosos, de irrepetibles cielos y reflejos, de inesperadas persecuciones; salir con la cámara y los binoculares podían hacer aún más especial la experiencia.

Nuestro guía —con sombrero de Indiana Jones— se llamaba Carlos y era local; nació y creció muy cerca de la reserva. Tenía más de veinte años guiando safaris, era muy simpático y conocía el territorio y sus residentes a la perfección. Antes de que salga el sol, venía y tocaba en nuestra puerta para dejar una charola con té y café recién hecho.


La hora del safari

Media hora más tarde nos esperaba en la tienda principal para salir a nuestro safari del amanecer. Cada mañana me invadía una sensación: mitad mi primer día de clases en primaria, mitad campamento de verano. No importaba si no había ni salido el sol: ahí afuera me esperaban leones, elefantes, búfalos… y quién sabe qué estarían haciendo. Así que siempre tenía prisa por subirme al vehículo de safari y partir.

Cada escenario de África tuvo su experiencia particular de safari. En Kruger, en Sudáfrica, la vegetación era cerrada, así que las salidas se hacían con un guía (que también conduce el auto) y un tracker, que milagrosamente descubría leopardos sobre arena color leopardo a cincuenta metros.

En Botswana, es diferente. Carlos iba solo en el auto porque el paisaje es complemente abierto y era fácil encontrar a los animales. El vehículo estaba adaptado para entrar en lagunas, lo cual parece simple pero es muy divertido, sobre todo cuando hay que cuidar que no haya cocodrilos en el agua. Además, en Duba Plains Camp las salidas duraban casi cinco horas —en comparación con tres en muchos otros campamentos— así que teníamos la oportunidad de ir más lejos y abarcar más territorio.


Vida de ciudad

A media mañana Carlos se encargaba de parar en un lugar especial, como en una laguna donde estaban tres hipopótamos sumergidos y montaba un desayuno completo: fruta, granola, pan, café, té… Mientras desayunábamos nos enterábamos de un sinfín de cosas. Nos dimos cuenta de que vivir en una ciudad limita tu conocimiento a lo urbano y que de lo salvaje no sabes nada.

¿Por qué el león alfa macho vive solo? ¿A qué edad les crece su melena? ¿Por qué los hipopótamos tienen pájaros encima? ¿Qué pasa cuando el delta se seca? ¿Por qué se veían columnas de humo desde el avión?… Carlos tenía una respuesta para cada cosa. En una ocasión anticipó que un par de leonas perseguirían a un búfalo, y atinó cada movimiento. En su compañía, pasamos un par de horas viendo a una manada de leones jugar junto al agua; fotografiamos a un pitón devorando un cormorán en el agua; y también observamos a un rinoceronte bebé, águilas, elefantes y decenas de «Pumbas». Cada salida fue una aventura.

De vuelta en el campamento nos sentimos consentidos con comida y vinos fuera de serie. Duba Plains Camp posee la distinción Relais & Chateaux, que es garantía de gastronomía de clase mundial. En su cocina encontramos a Wijan Pretorious, un chef sudafricano que prepara delicias con un toque local, y en general el staff fue súper atento y cálido. En las noches la terraza se convirtió en bar y encendimos una fogata donde todos nos reunimos a platicar. Todos piensan que llegar hasta allá es complicado, pero lo difícil es irse. Yo prometí volver porque quedé de llevarle un sombrero vaquero a Carlos.

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